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Lula y el dilema del prisionero
Brasil es heredero de la diplomacia portuguesa que, debido principalmente a su permanente desventaja frente a las grandes potencias, se vio enfrentada a crear una política exterior basada en la prudencia, la negociación y particularmente en la no intromisión de los asuntos de otros estados.
Ytamaratí, como discípulo de esa escuela de pensamiento, señala como primer mandamiento de la política exterior brasileira el convencimiento que no son maestros de nadie. Esto unido a su extraordinaria capacidad de negociación la han convertido en una escuela destacable, especialmente en el ámbito regional.
A diferencia de Chile, donde la norma es que el presidente de turno es el responsable de las Relaciones Internacionales, lo que explica la poca consistencia de nuestra política exterior, en Brasil es el Ministerio de Relaciones Exteriores quien conduce, independiente del gobierno de turno, esta área de posicionamiento en el sistema internacional. Así, la mayoría de los representantes en el exterior y los ministros de exteriores, provienen de Ytamaratí. Por el contrario, todos conocemos cómo funciona el sistema de reparto en nuestra básica cancillería.
La cuestión, ahora, es que Brasil ha posicionado como presidente al conocido Lula, que en el ocaso de su vida y en consecuencia con poco tiempo para seguir su carrera política, ha optado por intentar adquirir un rol de emblema en la región americana, marcando la pauta de la cada día más difícil convivencia entre estados, algo que escapa a la ideología de la tradicional política exterior de Brasil.
Y en este sentido, Lula, en su afán de figurar ha intentado tomar el rol de negociador en la crisis venezolana, involucrando a su canciller, un tradicional diplomático brasileiro, en su gestión.
Probablemente la mejor explicación de esta extraña coyuntura es que Lula se ha visto involucrado, seriamente, en el denominado Dilema del Prisionero, una variante de la teoría de los juegos, tan aplicada en las negociaciones internacionales.
Básicamente, el dilema en cuestión, es intentar dilucidar la dificultad que tienen dos actores para cooperar, incluso si esa cooperación fuera la mejor opción para ambos.
Lula intenta, con pocas herramientas, llevar a la tiranía venezolana a la mesa de negociación para una transición a la democracia, buscando en primera instancia no condenar las elecciones fraudulentas que sostienen a la narco tiranía en el poder, lo que lo pone en una situación complicada frente a su país, especialmente porque la oposición insiste en que Lula ganó la elección presidencial 2022, forzando el fraude en un proceso que utiliza el mismo sistema de conteo que en Venezuela, es decir si reconoce a Maduro como triunfador, está aceptando que el sistema es vulnerable al fraude y en tal caso, le estaría dando implícitamente la razón al Bolsonarismo y su situación se vería debilitada, aún más, en lo interno y si no logra llevar a la tiranía venezolana a la mesa de negociación, quedaría asociado íntimamente a Miraflores.
Con lo anterior demostraría algo que es vox populi en la región y es que Puebla está abierta a reconocer y alentar gobiernos autoritarios de izquierda y a rechazar los autoritarismos de derecha, “fachos” como suelen llamarle.
Sin duda esta situación le da más argumentos a la oposición interna y naturalmente a quienes se oponen a los gobiernos progresistas en la región, donde habrá varias elecciones presidenciales en poco tiempo, incluyendo Brasil.
Ahí está el dilema de Lula, cooperar o delatar, tal como el juego en comento, si coopera con la tiranía, es decir reconoce el fraude y consecuentemente la reelección amañada de Maduro, como lo han hecho los autoritarismos más brutales del sistema internacional, lo ubica en una situación de la cual difícilmente pueda salir sin abolladuras importantes y si la delata, es decir desconoce el fraude, ya no le quedarán opciones de ser considerado un interlocutor viable por la nomenklatura venezolana, poniendo en situación crítica el poco capital político que posee y dando por terminada su aspiración de ser recordado como el estadista que quisiera ser, para lo cual hay que tener habilidades que Lula no posee.
Definitivamente Lula ya no será el Churchill ni el Roosevelt latinoamericano y quien sabe qué estará pensando Celso Amorim, del lío que metieron a Ytamaratí.
Hegel sostiene que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces, pero se olvidó agregar, una vez como tragedia y la otra como una farsa. Karl Marx.
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